La corrección lingüística, por ejemplo.
Ya lo eran antes del estado de alarma por la COVID-19. Antes de esta triste situación hemos vivido tiempos de mucha comodidad y de muchos egos inflados: me esfuerzo lo mínimo y doy por óptimo todo lo que sale de mí, sin filtros ni autocrítica.
Creo, leyendo los periódicos estos días, que ha aumentado el nivel de erratas y de incorrecciones. Y debemos ser considerados y comprensivos con ello: ahora el periodista escribe con mucho más estrés.
Pero el sentido del pudor tiene que mantenerse despierto en quienes escriben para muchos lectores, cuantos más mejor.
Hay que repasar lo que se escribe antes de darlo por bueno: es una norma básica. Hay que echar mano del diccionario –es tan fácil consultarlo: en el móvil…– siempre que nos surja la duda léxica; y optar por la construcción sintáctica más clara, con los indispensables signos de puntuación. Nuestro idioma es un tesoro muy grande: no lo despreciemos como si fuera calderilla.
Nos puede ayudar a mantenernos sensibles respecto a tal necesidad, la de escribir bien, el suscribirnos al boletín de la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA). Además, la página web de esta Fundación, y la de la RAE, están a nuestro alcance con una ayuda impagable. Y gratuita.
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