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Zweig

Stefan Zweig murió, se suicidó, el 22 de febrero –exactamente tres años después de la muerte de Antonio Machado– de 1942. Tenía sesenta años. Machado, pocos más cuando murió. Ambos estaban, al final de sus días, en el exilio y la penuria, después de haber vivido una vida razonablemente plena y exitosa; Zweig, en un estatus económico más favorable, por la fortuna familiar.

Pero dejo ya, ahí, el paralelismo entre estos dos escritores, que me ha surgido al leer, en Wikipedia, la fecha de la muerte del austríaco. Del que acabo de leer El mundo de ayer, un libro de memorias póstumo que el autor subtituló Memorias de un europeo. De él había leído ya unos cuantos libros –Momentos estelares de la humanidad, por ejemplo, todos en la última década, más o menos. Lo cual anoto porque lamento no haber tenido acceso a los libros de Zweig en mi juventud, ya que me parece un autor de una gran fuerza moral, de apasionamiento contagioso en su dedicación intelectual y literaria, de búsqueda permanente de la perfección y del contacto y aprendizaje junto a quienes, por su valía y logros, podían servirle de ejemplo en su propia labor.

Ahora, en estos años en los que la construcción de una Europa unida nos va pareciendo un proceso difícil y lleno de escollos y peligros, la actitud de Zweig, tan inequívocamente europea, podría servir de ejemplo y enseñanza a quienes creemos, la inmensa mayoría, que no hay otro buen camino que esa unión, para afrontar los retos del futuro.
A Stefan Zweig le quedaba, creo, vida, salud, talento, para continuar su obra al menos un par de décadas más, pero se quedó sin tierra bajo sus pies.

Quizá si hubiese aguantado aquella crisis por un año más, habría conocido acontecimientos que le hubiesen devuelto la esperanza: la de que cambiaban las tornas en la guerra, y los nazis empezaban a perder terreno, empezaban a hundirse.

Yo termino aquí mi comentario con un deseo recurrente al final de las buenas lecturas: ojalá, pasado no mucho tiempo, encuentre el momento adecuado para releer estas memorias.