Mientras nuestra especie anduvo repartida por el mundo en pequeñas comunidades de cazadores-recolectores, esta nuestra especie estuvo bien integrada en el medio, sin mayores daños para éste.
Aunque ya dábamos muestras de una capacidad de comunicación y colaboración muy superiores a las de cualquier otra especie. Así que vayan preparándose esos animalotes grandullones que quieren que les sirvamos de cena, o que no quieren servirnos de cena: lo van a pasar mal.
El primer salto grande en la evolución de las sociedades humanas llegó con el Neolítico, con los asentamientos estables de grandes poblaciones que vivían de la agricultura, de la ganadería y de completar la despensa con lo que pudieran rapiñar a las sociedades vecinas.
Y, si no respetamos a los que son nuestros semejantes, si los saqueamos cuando podemos, si no los socorremos cuando nos necesitan, ¿vamos a ser más piadosos con tigres, serpientes, elefantes, águilas o tiburones?
Sólo nos ponemos sentimentales con los animales cuando ya los hemos convertido en peluches o en dibujos animados para nuestros hijos; o en patéticos seres supermorientes de zoológico.
Ahora nos dicen, ahora vemos que la naturaleza se degrada con la extinción ¡de millones de especies! que estamos provocando.
¿Qué esperábamos si eso no? Lo hemos visto en otras especies: el éxito desmedido lleva al crecimiento desmedido, y éste, a su vez, al arrasamiento del medio, o sea, del medio de subsistencia para la especie exitosa. Y entonces llega el derrumbamiento.
Ya los hombres de ciencia han advertido: estamos todavía lejos de tener un planeta de recambio.
Pero bueno, decimos nosotros, mientras le podamos seguir sacando jugo a esta naranja gigante que habitamos, hagámoslo sin miedo. Sólo se vive una vez. Y mañana… ya se irá viendo.
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