Ayer nuestra gata se pasó la mañana durmiendo en la cama de Clara. No en una mantita que tiene a los pies, sino en la parte cercana a la almohada, sobre la colcha, más fresca en estos días veraniegos.
Patuti, así se llama nuestra gata, lleva una vida aparentemente libre y feliz. No le falta nunca comida, ni agua; el cuarto de su amita Clara, ausente ahora casi siempre, no se le cierra nunca; y, en la puerta que da a la terraza, dispone de una gatera que le permite salir y entrar a su antojo, y acceder a tejados, tapiales, e incluso a algún solar vecino, que será como una selva para ella.
Creo que no baja nunca a ningún patio que no sea el de esta casa, pequeñito. Es una gata tímida, y no se expone a desconocidos ni a sus canes.
Anoche, sábado, ya tarde incluso, se oía jaleo en algún patio. Algunos vecinos, seguramente, estaban de celebración. Normal. Me imagino que la Patuti estaría entretenida observándolos desde algún tejado, viendo, oyendo, oliendo, si ser vista ni oída ni olida.
Yo tardé en acostarme. No me llegaba el sueño, volví a encender a la tele, y continué viendo la serie que ha tocado en estas noches, La Reina del Sur.
Me acosté, ya digo, tarde; mi señora dormía. Y a las seis en punto de esta mañana, la Patuti comenzó a maullar a la puerta, cerrada, de nuestro dormitorio. No tiene esta gata un maullido alto, o potente, pero sabe ponerle unas modulaciones, unos cambios de tono (ahora la veo llegar, se ha parado ante su gatera como para salir, lo ha pensado mejor y se ha vuelto, seguro que otra vez a la cama de Clara), decía que sabe darle tales quiebros a su maullido, que no solo me despierta en seguida, sino que hace que me despierte sobresaltado.
Mi señora no es de oído tan sensible como el mío, y sigue durmiendo como una marmota. Lo cual aprovecho yo para castigar a la gata: “a entretenerte y echarte de comer se va a levantar tu puta madre”, pienso; reacomodo mi cuerpo, y me quedo esperando que vuelva Morfeo. Pero quien vuelve es la Patuti, con renovados maullidos. “Esta vez no me vas a ganar”, pienso. Y efectivamente: pasado un rato, me volví a dormir, y he dormido hasta las ocho y cuarto.
Cuando me he levantado, no la he visto por ninguna parte, tampoco la he buscado. Ella sabe cuándo es mi señora la que se levanta, y entonces acude a recibir sus mimos y su desayuno. Por mi parte, sin rencor ni celos. Tampoco con muamuá. Compartimos vivienda, y familia. Y punto.
Filed under: A punta de pluma | Leave a comment »