Para actuar correctamente en todos, o en la mayoría de, los momentos de la vida cotidiana, debemos tener muy bien asumidas unas cuantas ideas básicas, un catecismo ético que hemos debido asimilar bien en los años de formación. Algo así como:
- Todos los hombres, todos los seres de la especie humana queremos decir, son iguales, sin que importe la raza, el sexo, la religión o la nación.
- Consecuencia lógica del primer punto sintetizado: las fronteras se han creado a lo largo de la historia para proteger privilegios o evitar agresiones; pero la igualdad humana aspira a un Estado total o mundial, con leyes iguales para todos los hombres, y para todos libertad de movimiento por todo nuestro planeta.
- Todo humano adulto aspira al bien: para sí mismo, para sus familiares más cercanos y para toda la humanidad; y se siente recompensado en la medida en que su esfuerzo personal contribuye a la felicidad tanto propia como de los demás.
- Las principales desgracias de la vida humana son la enfermedad, la indigencia, la violencia injusta y la guerra. Todos estamos obligados, dentro de nuestro ámbito de actuación, a cooperar para que tales desgracias nunca se produzcan.
- Todo ser vivo tiene un final individual: su propia muerte. Todo humano, por ende, llega a ese fin, inevitablemente. Lo ideal, lo deseable, es que toda muerte se produzca después de una larga, feliz y fructífera vida; pero con demasiada frecuencia no ocurre así. Todo humano adulto debe cooperar, dentro de su ámbito, en la defensa de la vida de sus semejantes, en especial la de los niños y la de las personas más necesitadas o vulnerables, cuidando además el entorno en el que tales vidas transcurren, ya que no puede haber vida buena si no tiene un entorno favorable.
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