Antes… Antes de que tuvieran lugar los progresos científicos y médicos del siglo XX (que en la misma medida progresó para extender la muerte), las expectativas vitales de la mayoría eran mucho más limitadas. La vida era más corta. Y, por tanto, había que comenzar cuanto antes a vivirla como seres adultos, había que madurar más rápido. El niño que trabajaba (en el campo, en la mina), o el que se preparaba para ser un soldado (como en Esparta), era ya, un hombrecito no, era un hombre.
Ahora… Ahora tenemos confianza en que viviremos una vida larga, en torno a un siglo, más o menos (eso mientras no llega un nuevo salto en la ciencia que nos haga inmortales).
Por ello ahora nos tomamos con calma los años de formación. Qué menos que un cuarto de siglo para ejercer de muchachos, estudiantes, adolescentes, alocados, irresponsables.
Lo malo es que, después de una etapa tan larga viviendo como adolescentes, nos volvemos reacios a asumir las riendas de nuestra vida como adultos. Porque, claro, la libertad está muy bien; pero los platos rotos que los pague otro.
Al Estado esa actitud le viene bien: cuanto menos asumamos nuestra independencia, más sumisos nos tendrá para dirigirnos, manipularnos, ordenarnos, ordeñarnos.
Propuesta: hay que adelantar la llegada legal a la vida adulta, a la mayoría de edad, a la responsabilidad personal. Y educar para tales expectativas. La mayoría de edad, a los dieciséis. Y ya me parece muy tarde.
A los siete años me confesó por primera vez el cura párroco. Porque, aparte de saberme el catecismo de memoria, me suponía (como el valor en el soldado) el uso de razón y, en consecuencia, la capacidad para cometer un pecado mortal, y condenarme, si moría inconfeso, para toda la eternidad.
A los ocho años gané mi primer jornal, como trillero (sustantivo que no está en el DLE, por qué no), en la era de uno de los ricos del pueblo.
A los once, realizando un largo examen escrito en el Instituto Ángel Ganivet, me gané y me concedieron una beca de estudios. Los cuales estudios comencé en un internado, lejos de mi familia, bajo una estricta disciplina religiosa, académica y convivencial. Las blanduras no estaban bien vistas.
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