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La muerte de Henry Purcell

Septiembre

Ya se está agostando agosto
mientras se acerca septiembre.
Cuesta abajo hasta diciembre.
Yo a todo mes me arregosto
si septiembre da buen mosto.
Este agosto, más que suelo,
miro bajar desde el cielo
a ese bendito mes;
porque aquí, donde me ves,
en septiembre seré abuelo.

Mascarilla

El cuerpo humano, vértice por ahora de la evolución animal, es un mecanismo casi perfecto, bello en sus momentos más esplendorosos, poco atractivo cuando la edad o la enfermedad lo degrada, y ¡en todo momento! necesitado del uso de sus medios de depuración.

Depuración que conlleva la expulsión al exterior –¡agua va!– de dióxido de carbono, sudores, lágrimas, orina, esputos, mocos, pedos, mierda y microbios.

Por no hablar de los procesos de expulsión que implica la higiene psicológica, como las declaraciones amorosas, las maldiciones, los suspiros, los besos, las oraciones a algún dios, las blasfemias, las confesiones, las visitas al psicólogo…

Ahora muchos cuerpos humanos exhalan coronavirus sin que los dueños de esos cuerpos lo sepan. Son los asintomáticos no testados ni detectados ni detestados. Y muchos cuerpos humanos inhalan ídem y lo mismo.

Para la lamentable, luctuosa, fatídica pandemia que nos ha deparado el dichoso año veinte veinte, la mascarilla es, sin duda, un gran invento.

Pero no un invento genial, como los que descubre la naturaleza en la evolución y perfeccionamiento de las especies.

Así que este humano que aquí escribe, un jubileta recoleto, lo que se prescribe a sí mismo es evitar en lo posible las situaciones en las que es recomendable la mascarilla.