ANDRÉS TRAPIELLO. EL MUNDO. 27-11-20
¿Recuerda cuándo fue la última vez que leyó una rima de Bécquer? El próximo 22 de diciembre hará 150 años que murió, joven, pobre y roto por la desdicha. Para ser el nuestro un país tan aficionado al bombo y al platillo de la memoria histórica y las efemérides, esta parece habérsele pasado por alto.
Y sin embargo con ningún otro poeta ha contraído la lengua española una deuda tan grande como con él. Durante más de 100 años miles de personas de toda condición, hombres o mujeres, viejos y jóvenes, iletrados o cultos tomaron prestados sus poemas, sencillos y emocionantes, para declarar un sentimiento de amor que permanecía confuso y obstruido en su interior. Quiero decir que miles de personas a través de los tiempos recurrieron a él para decirle a la persona amada: «Siento por ti exactamente lo que expresa Bécquer, y con sus mismas palabras».
¿Habrán pasado de moda esas palabras? ¿Será que los jóvenes las encuentran ridículas y que los viejos que una vez se sirvieron de ellas se van muriendo todos, uno detrás de otro?
Acaba de publicarse una nueva biografía suya, Bécquer, de Joan Estruch Tobella (Cátedra). Pese a ser como quien dice un contemporáneo nuestro, apenas se saben cosas de él. Por ejemplo: Diría usted que Bécquer fue ¿de izquierdas o de derechas? ¿Importa eso? Hoy seguramente sí. Hoy más que nunca ponemos los muertos a plazo fijo, que es donde más rentan, y Bécquer renta poco.
Fue no solo amigo personal de González Bravo, sino hombre de su partido. ¿Y quién era ese González Bravo? Entonces el ambicioso por antonomasia, presidente de Gobierno, ministro en varias ocasiones y el último bastión de Isabel II y su corrompida corte de los milagros. Acabó no solo en el exilio como su patrona, sino pasándose al carlismo. Pero siempre tuvo una gran admiración por aquel joven poeta y periodista que vino a Madrid como tantos, a buscarse la vida. No dudó ni siquiera en prevaricar para darle una colocación, o sea un mendrugo del pan del Estado y el soconusco de la Administración, y le nombró «fiscal de novelas». Desde luego, no era un cargo bonito ese de ir por los libros de los colegas a la caza de pasajes perniciosos para la moral y las costumbres. La Gloriosa de 1868 suprimió ese oprobio, Franco lo restableció para tragaderas como las de Camilo José Cela y Sánchez e Iglesias tratan hoy de relanzarlo con el nombre de «fiscal de los hechos o comisión de la verdad», cosa extraña esta, pues los mayores partidarios de la ficción política y nacionalista son ellos dos y sus aliados vascos y catalanes.
Pero no nos apartemos del hilo de este artículo. La biografía de Joan Estruch le deja a uno con el ánimo angosto y taciturno. Piensas: ¿pero es que en España vamos a estar siempre con las mismas corruptelas y latrocinios? ¿Los políticos mentecatos, necios y arrogantes siempre van a ser más numerosos e influyentes que los ilustrados? Cuando Bécquer escribió aquello de «qué solos se quedan los muertos» parecía estar pensando «qué muertos estamos los vivos». Hoy como ayer, mañana como hoy.
Al ir repasando ahora la vida de Bécquer, te preguntas también: ¿cómo pudo ese hombre escribir esos poemas en medio de las marrullerías políticas, de dónde sacó la serenidad y el silencio necesarios para hacerlo? Vivió poco menos que a salto de mata, malcasado, vendiendo al mejor postor su pluma o viviendo de la caridad, y a todo lo venció en unos pocos versos.
La pregunta podemos hacérnosla trayéndola a nuestros días: ¿De dónde sacaremos la serenidad y el silencio necesarios para leer sus rimas? ¿Nos culparán por apartarnos, siquiera unos minutos, de las batallas políticas de ahora, empeñadas por ambiciosos, carlistas y marrulleros, y retirarnos «del salón en el ángulo oscuro»?
Releo hoy la carta tercera de Desde mi celda. Lo hago en uno de los mil ejemplares que sus amigos imprimieron en 1871 para socorrer a su viuda y a sus hijos, estancados en la indigencia. Habla en esa carta, la preferida de Galdós, de las únicas ensoñaciones legítimas (señores del Tribunal Supremo), las de la siempre problemática intimidad: da en pensar cómo será su tumba, el lugar físico y simbólico donde reposen sus huesos y sus rimas. No es más optimista de lo que somos muchos: «Ello es que cada día voy creyendo más, que de lo que vale, de lo que es algo, no ha de quedar ni un átomo aquí». Cuando le tocó decir lo mismo en un poema, lo hizo en uno de los más hermosos que se recuerden: «¿Adónde voy? El más sombrío y triste de los páramos cruza, valle de eternas nieves y de eternas melancólicas brumas. En donde esté una piedra solitaria sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba».
Juan Ramón Jiménez señaló las cinco cumbres de la lírica española. Una de estas, la rima 52, termina con un verso memorable: «¡Tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!». Ese miedo que sentimos todos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, de izquierdas, de derechas o de ni izquierdas ni de derechas.
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Genial..Muchas Gracias….
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