La tensión entre sentimiento nacional y cosmopolitismo moldearon no solo la identidad de europeos como Turguénev, sino también la política europea. Si bien el siglo XIX puede entenderse como el del surgimiento de los movimientos nacionalistas en Europa, al mismo tiempo se produjo una fuerte contracorriente internacionalista, arraigada en el ideal ilustrado kantiano de una comunidad política mundial, que dio lugar a una optimista esperanza de unificación europea. El sueño de unos Estados Unidos de Europa fue articulado por Napoleón, quien estuvo a punto de realizarlo con la Confederación del Rin, formada en 1806 por dieciséis estados alemanes bajo la protección del Imperio francés, y a la que más tarde se unieron otros estados clientelares europeos. Según uno de sus admiradores, el historiador Emmanuel de Las Cases, que, tras la derrota, lo siguió al exilio en la isla de Santa Elena y tomó nota de sus reflexiones, el objetivo del antiguo emperador había sido el de fundar un sistema legal europeo y una moneda europea. «Europa no sería ni más ni menos que un único pueblo, y todo el mundo, donde quiera que fuera [dentro de Europa], se encontraría en una patria común.»
Figes, Orlando. Los europeos (Spanish Edition) (pp. 301-302). Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.
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