Abro este blog y constato que lleva abandonado, por este su gestor, algo más de cuarenta días, tras la publicación de esa foto de la poda del falso pimentero. Sí, soy yo el de la foto; me la hizo mi señora Marga, que estuvo en vilo, temiendo el cebollazo, mientras yo cortaba ramas: para parar por una temporada la expansión del imparable árbol.
Alguna entrada anterior a la foto hace referencia al acontecimiento familiar más destacado de los últimos tiempos: la llegada al mundo de nuestro nieto, que ya anda –más bien habría que decir que repta– por los siete meses, y está hecho un becerro de sano, de fuerte y de guapo.
Mi última –por ahora– aventurilla en la escritura ha sido la de redactarle, ¡ya!, a este nieto, una carta-libro en la que le cuento cosas de mi infancia, y de sus parientes de entonces por esta parte de la familia.
Una carta cuyo destinatario no la va a leer en los próximos ¿siete, ocho, diez años? Espero que sí la lean su madre y su padre, y que decidan guardársela para cuando crean que el niño ha llegado a la edad adecuada para su lectura, aunque tenga que contar, para algunos pasajes y personajes, con la ayuda interpretativa de su madre.
En cuanto a mis aventuras como lector –quito aquí el sufijo diminutivo que no se merecen los autores-, diré que, mirando en la estantería el hueco que debía corresponder al tercer volumen de la trilogía Los hijos del desastre, que no me decidí a comprar en cuanto salió, ahora sí, me lo regalé-regalaron para el Día del Libro; y ya lo he terminado. ¡Cómo no recomendar esta trilogía! Lemaitre es un novelista impresionante, rico, documentado, divertido, genial.
Cuando empecé la lectura de este espejo de nuestras penas, dejé a medias la relectura, en Kindle, de El corazón del mundo, de Peter Frankopan.
Me decidí a releerlo al saber que había publicado después otra gran obra de historia mundial, Las nuevas rutas de la seda. Esperaré hasta el final de la relectura del primero para descargarme el segundo; si para entonces no me ha tentado más fuerte otra obra. ¡Hay tanto libro interesante por ahí, por aquí, por todas partes!
Hoy es Uno de Mayo. Una fecha tan simbólica y hermosa. Aquí ha amanecido radiante, con un sol que me llena con su exceso de luz esta mesa, y me obliga a mantener la persiana a media asta.
Ahora haré algunos ejercicios –suaves– en la terraza, para estirarme y oxigenarme; y esta tarde, si nada lo impide –un infarto, por ejemplo, que uno ya no es un niño– echaré mi buen rato de bici.
Querido lector curioso, que no sólo te has asomado a este blog sino que has llegado hasta el final de esta entrada: recibe mi abrazo agradecido.
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