Cuánto canto de pájaros oímos
cuando florece marzo.
Canto que va in crescendo
por abril y por mayo.
Cuánto amor a la vida, cuánto amor al amor
nos contagian gozosos esos pájaros.
El ciclo de lo vivo se renueva.
El tórrido verano
empujará a las aves a parajes
(como huimos nosotros el calor despiadado)
ribereños, boscosos, a buscar la frescura;
y ya no se oirán tanto.
El otoño a todos nos recluye
en las ocupaciones y trabajos,
no es tiempo de pensar en las canoras
aves que acompañaron
nuestras primaverales emociones.
En el invierno ellas son un santo
ejemplo de ars moriendi:
con discreción, sin ruido, sin teatro.
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