Acabo de salir de la cama: un buen rato antes de lo habitual. Llevaba varias horas despierto, desvelado. Así que me he decidido a levantarme y ponerme a escribir unas líneas mientras sea demasiado pronto para el desayuno.
Lo primero que he oído al salir del dormitorio (qué suerte tengo) ha sido el canto del mirlo, otro insomne contumaz, pero mucho más productivo que yo. O quizá el mirlo y yo llevamos vidas parecidas: inconsistentes, fugaces, de poco interés.
No todo el mundo lleva este tipo de vida, hay vidas más productivas. Hay personas que inventan algo útil, o que realizan tareas provechosas para mucha gente.
Claro que si uno anda ya jubilado, en los años finales de la vida, tiene excusa: ni el cuerpo ni la mente dan ya para mucho. ¿Para escribir un libro de memorias quizá?
Hace aproximadamente un año, poco después de que naciera mi nieto Jaime, le escribí una carta-libro, contándole cosas de esta familia y de lo que fue mi infancia. De hecho terminaba mi historia en la puerta del internado, seminario, en el que entré a los doce años. Le hablaba, por tanto, de mi infancia pueblerina y rural. Espero que su madre le guarde ese escrito hasta que tenga edad de leerlo, tiempo en el que probablemente yo ya no estaré.
Pero un libro de memorias que pudiera llegar a cualquier lector… No digo que no se me haya ocurrido esa posibilidad, pero siempre he terminado desechándola.
Es verdad, al menos teóricamente: cualquier vida puede resultar interesante, incluso apasionante, si se sabe contar. Ahí está el quid de la cuestión, en saberlo contar. O en sentirse inspirado para hacerlo. Ah, la inspiración, ¿qué es eso, existe de verdad? Yo creo que sí existe, que es como un arrebato, un impulso, que lo siente quien lo siente y cuando lo siente. Para tal vivencia a mí siempre me ha gustado la palabra ‘entusiasmo’, por su etimología griega: significa algo así como endiosamiento, un sentirse como dios, y por tanto con capacidad creadora.
Yo creo que he sentido muchas veces ese entusiasmo, pero sólo para escribir cosas cortitas, páginas sueltas y volanderas; unos versos, unas impresiones en prosa, cosas de poca enjundia, algos de los que desprenderme y olvidarme.
Sin embargo, últimamente tengo la impresión de que esos raptos de entusiasmo ya se me han acabado; de que, si me pongo ante el folio, boli en mano, estoy solo, no hay ninguna musa soplándome al oído.
Cosa de la vejez, me digo: los viejos a nadie interesan, y menos que a nadie a las musas.
Así que mejor nos conformamos con esta vida anodina que nos va quedando, si por lo menos seguimos teniendo gusto para algunos entretenimientos, oír música, leer, caminar, montar en bici; y si por lo menos estamos útiles para movernos, asearnos, hacer café. A eso voy, ya es la hora.
Filed under: A punta de pluma | Leave a comment »