• Páginas

  • Archivos

  • abril 2022
    L M X J V S D
     123
    45678910
    11121314151617
    18192021222324
    252627282930  

Nuevos amigos

Amicus viene de amare, es evidente; pero yo pienso que basta con que una persona ame a otra (en alguna de las infinitas variedades que caben en el sentimiento del amor) para que se pueda decir que existe amistad, aunque no haya reciprocidad o correspondencia, ni vaya a haberla nunca.

Así que yo puedo amar, en mi casa o en mis paseos solitarios, a personas que no saben, ni van a saber nunca, de mi existencia. No importa: yo sé de la existencia de ellas lo suficiente como para admirarlas y quererlas. Lo que quiere decir que mis paseos solitarios tampoco son tan solitarios: todo un mundo de amigos me acompaña.

Paso ya, sin más preámbulos, a hacer, a hacer una relación de esas personas que se han hecho partícipes de mi amistad hace muy poco:

Miguel Ángel Aguilar. Leí la entrevista que le hacía no recuerdo quién en El Mundo, y me encantó. Me fui a Amazon y descargué su libro más reciente, En silla de pista, unas memorias de su vida profesional. Miguel Ángel nació en el 43, ocho años antes que yo. En este libro nos cuenta un tiempo de la historia de España que yo también he vivido, pero de una manera más precaria, marginal e ignorante. Estoy disfrutando con esta lectura. Ahora voy por el golpe del 23F, en el 81. Miguel Ángel estaba allí, en el Congreso de los Diputados. Yo entonces estaba trabajando en Viveros Taboada, en el camino Cañaveral, de Granada; era un trabajo poco boyante, más bien un subempleo.

Ahora me doy cuenta de que, si dedico una parrafada así de larga a cada uno de los nombres que había pensado colocar aquí, esta entrada resultaría cargante. Por tanto, me limitaré a escribir los nombres de los nuevos amigos: Xosé M. Núñez Seixas, Delphine Horvilleur, Juan Gabriel Vásquez y Lina Tur Bonet.

Estoy seguro de que sólo me he sumado a una enorme multitud de admiradores entusiastas.

Sin reforma

La reforma de Lutero,
admirable, necesaria,
no prosperó en este paria
país, en este agujero
en el que mandaba un clero
vil, ambicioso e ignaro;
aliado, qué descaro,
con la indigna aristocracia.
Esa fue nuestra desgracia,
de la que aún no hay reparo.

Idiomas

El de mi infancia rural fue un español pobre, por no letrado, por semianalfabeto (en nuestra casa no había libros); y rico, porque nos permitía hablar mucho, y discutir e insultarnos, e ir adquiriendo las destrezas agrícolas y ganaderas para las tareas a las que estábamos destinados.

A los doce años, internado en el seminario para el curso 1º de Latín y Humanidades, mi vida experimentó un cambio radical: muchas asignaturas, mucho estudio, mucho tiempo en la capilla (2ª acepción del DLE)… También recreos, pero una vida regulada a golpe de reloj. Y entre las otras asignaturas a las que había que entregarse sin pereza, destacaban las correspondientes a las lenguas latina y española. Iba a decir que la primera clase del día era la de Latín, pero me habría precipitado: todos los días, antes del desayuno, asistíamos a una misa con homilía, oficiada por el Rector; y, al acabar la misa, íbamos derechos a clase, donde, en una octavilla, escribíamos cada uno nuestro personal resumen del contenido de la homilía. Y estoy seguro de que el Rector, salvo alguna rara excepción, leía todos esos resúmenes todos los días. Un detalle más, antes de dejar atrás este primer año de seminario: no teníamos asignatura de Música, pero aprendíamos muchas canciones populares de distintas procedencias, y muchos cantos sacros para el culto y la liturgia.

Al año siguiente (ya en otro seminario), 2º de eso, de Latín y Humanidades, mucho latín, mucha lengua española, clases diarias de solfeo, y comienzo del estudio de un idioma nuevo: el francés.

Dos años más tarde, 4º de lo dicho, al estudio de los idiomas ya familiares se sumó el del griego clásico. Y no recuerdo cuántos meses habían pasado desde este inicio, cuando comenzamos a rezar en griego al comienzo de la clase; al comienzo de todas las clases se rezaba: en las de latín en latín, en las de francés en francés…

Después no me adentré en el estudio de otros idiomas sino una vez matriculado en tercer curso de Filosofía y Letras, especialidad de Filología Románica (ya había abandonado el seminario unos cuantos años antes). ¿Qué nuevo idioma?, el portugués. Y al curso siguiente, el catalán.

Siempre me ha encantado sentirme filólogo, amante de las palabras, pronunciadas, escritas o cantadas. Siempre ello me ha hecho considerarme un poco más, aunque apenas viajara, ciudadano del mundo, cosmopolita.

Cuando me jubilé, emprendí mi postrer propósito en el mundo de los idiomas: aprender algo de inglés. No llegué muy lejos en la empresa, ya que no acudí a ningún maestro: me daba vergüenza que este pensara de mí que era un alumno torpe, cuando sólo habría sido un alumno viejo. Pero bueno, conté con la siempre puntual ayuda del ordenador y de Internet.

Pues bien, aunque no haya aprendido mucho de este último idioma, sí que me alegro mucho de que el inglés se haya convertido en la lengua internacional más extendida: no porque sea el inglés sino porque sea internacional, mundial. Y me alegro mucho de oír al Presidente del Gobierno o al Rey de España hablando en inglés, aunque yo no los entienda; y me alegro mucho de ver a mis hijas leyendo un libro en inglés, aunque yo no lo pueda leer.

Porque la desconfianza entre las personas suele empezar cuando no entendemos lo que los otros dicen (la maldición de Babel); y la confianza empieza por lo contrario.