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Clasificación

Nos comunicamos con nuestros semejantes, con los seres de nuestra especie, a partir de la clasificación que de ellos tenemos asumida por nuestra educación, nuestra cultura, nuestro idioma materno…

Así que, si cada hombre es un microcosmos, seguramente cada hombre tiene su jerarquía de proximidades con los demás. Por ejemplo, alguien dedicado al comercio podría clasificar a los humanos más o menos así: familia, proveedores, clientes y los demás. Otro ejemplo: un católico practicante, o un musulmán, podría tener una preferencia muy marcada por quienes comparten su religión.

Por tanto, la clasificación según proximidad que ahora voy a exponer de los humanos es la mía; y no estoy seguro de que, de haberla hecho ayer o de presentarla mañana, la clasificación fuera a ser la misma. Las personas vivimos y evolucionamos y cambiamos más rápidamente de lo que tendemos a creer: no somos dos días seguidos la misma persona, lo mismo que no nos bañamos dos veces, según Heráclito, en el mismo río.

  1. Convivientes. Palabra a la que la pandemia ha dado mucho uso y relevancia. Las personas con las que compartes vivienda, mesa, cuarto de baño, receptor de televisión, quizá cama. Un grupo pequeño de personas cuyo número y composición varían bastante a lo largo de nuestra vida. Yo, desde que mis hijas se han ido de la casa y se han hecho independientes, sólo soy conviviente de, con y para mi esposa.
  2. Constituyentes de la línea sucesoria. Cada familia de Homo rex es una dinastía: abuelos, padres, hermanos, esposa, hijos, nietos…
  3. Próximos. Si te los encuentras por la calle, te alegras, los saludas, te paras a charlar un ratito con ellos o cambias de ruta para acompañarlos durante un trecho. O, de vez en cuando, conciertas con ellos un encuentro, para charlar, tomar una cerveza, almorzar.
  4. Escritores leídos. Su entidad o presencia nos ha llegado a través de sus libros y escritos. No están ni han estado ante nosotros, sino en nosotros. Porque tal vez hemos pasado muchas más horas con ellos, con Galdós, Garcilaso, Cervantes, Muñoz Molina, Harari o Javier Cercas, que con muchos de nuestros parientes consanguíneos.
  5. Conocidos. Los ves por la calle, en un ambiente urbano, y los saludas, les pones buena cara, pero, salvo excepciones, no te paras a charlar con ellos. (Digo en un ambiente urbano, porque en un ambiente rural o solitario yo saludo a cualquier persona con la que me cruzo. Y me producen enfado esos jóvenes que, por timidez o por creer que la vejez podría ser contagiosa, pasan junto a mí como si yo fuera invisible).
  6. Hispanohablantes. Creo que no hace falta que diga el porqué. O sí: porque no domino ningún otro idioma como el español. A lo más que he llegado ha sido a que algunos franceses me digan que hablo muy bien francés, pero yo nunca me lo creí.
  7. De cultura occidental. Para bien y para mal. Alguien decía que Occidente tiene decadente hasta el nombre. Parece que los occidentales nos quejamos de casi todo, parece que las comodidades nos han debilitado; pero tenemos un sentido de la igualdad humana, del valor de la democracia y de la libertad personal.
  8. Amigos. Todos los humanos que se ganan honradamente la vida, o al menos aspiran a ello. Sean del país que sean, hablen el idioma que hablen, recen a un dios o no recen.
  9. Pelmazos. Aquellos a los que procuras eludir para que no te den el coñazo.
  10. Enemigos. Putin y todos los hijos de Putin.