Amicus viene de amare, es evidente; pero yo pienso que basta con que una persona ame a otra (en alguna de las infinitas variedades que caben en el sentimiento del amor) para que se pueda decir que existe amistad, aunque no haya reciprocidad o correspondencia, ni vaya a haberla nunca.
Así que yo puedo amar, en mi casa o en mis paseos solitarios, a personas que no saben, ni van a saber nunca, de mi existencia. No importa: yo sé de la existencia de ellas lo suficiente como para admirarlas y quererlas. Lo que quiere decir que mis paseos solitarios tampoco son tan solitarios: todo un mundo de amigos me acompaña.
Paso ya, sin más preámbulos, a hacer, a hacer una relación de esas personas que se han hecho partícipes de mi amistad hace muy poco:
Miguel Ángel Aguilar. Leí la entrevista que le hacía no recuerdo quién en El Mundo, y me encantó. Me fui a Amazon y descargué su libro más reciente, En silla de pista, unas memorias de su vida profesional. Miguel Ángel nació en el 43, ocho años antes que yo. En este libro nos cuenta un tiempo de la historia de España que yo también he vivido, pero de una manera más precaria, marginal e ignorante. Estoy disfrutando con esta lectura. Ahora voy por el golpe del 23F, en el 81. Miguel Ángel estaba allí, en el Congreso de los Diputados. Yo entonces estaba trabajando en Viveros Taboada, en el camino Cañaveral, de Granada; era un trabajo poco boyante, más bien un subempleo.
Ahora me doy cuenta de que, si dedico una parrafada así de larga a cada uno de los nombres que había pensado colocar aquí, esta entrada resultaría cargante. Por tanto, me limitaré a escribir los nombres de los nuevos amigos: Xosé M. Núñez Seixas, Delphine Horvilleur, Juan Gabriel Vásquez y Lina Tur Bonet.
Estoy seguro de que sólo me he sumado a una enorme multitud de admiradores entusiastas.
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