Ya le he dedicado dos horas al periódico. Tiempo ya, por tanto, de salir a darse un garbeo por el campo. Hace tres horas, cuando me ocupaba del desayuno, la temperatura en la calle era de cuatro grados. Ahora calculo que será por lo menos de doce (esperamos una máxima de diecisiete) y el cielo que veo por la ventana es azul total. Pero no me puedo ir porque estoy solo en la casa (la gata no cuenta para ciertos menesteres) y esperamos la llegada del repartidor de Amazon.
Solución: me entretengo escribiendo unas líneas en este blog, que vegeta en régimen de semiabandono. Vale. Pero ¿de qué escribo?
¿Escribo de lo bonito y cómodo que es leer un buen libro, un buen periódico? En ellos el discurso es lineal (el del periódico también, y más si lo lees en el móvil), como el fluir de un río o arroyo.
Sencillo de seguir si lo comparamos con la dificilísima conversación familiar o amical, en la que siempre toman simultáneamente la palabra dos o más participantes: ¿a cuál prestar atención?
Es un impulso conversador excesivo el que hace hablar a un interlocutor cuando ya hay otro emitiendo.
El caso opuesto lo podría encontrar hoy (no podré) paseando por un paraje despoblado y cruzándome con un paisano que ni me mira ni me saluda, como si yo fuera un “guijarro humilde” del camino, o todo lo más un arbusto de la orilla. Por favor, hermano, di buenos días, que soy como tú, un Homo loquens.
Podría hablar de la compañía que me proporciona la radio (Radio Clásica) en los descansos de la lectura, mientras paseo por la habitación, estiro las piernas, hago sentadillas o flexiones, miro al cielo por la ventana. Sé que ahora está sonando Longitud de onda, pero no enciendo el aparato: si lo pongo bajito, no lo oigo bien; si lo pongo alto podría ser que no me dejara oír el timbre de la puerta cuando llegue el repartidor.
Por cierto, ayer, en algún momento de la tarde-noche, sonó en RC el Concierto para la mano izquierda, de Ravel. Probablemente no lo había oído nunca, porque, incluso oyéndolo a medias, como oigo siempre o casi siempre la radio, mientras hago otra cosa, me resultó impresionante. Impactante el diálogo entre el piano manco y la orquesta. Lo que no es para menos, teniendo en cuenta el origen de esta pieza musical.
Y qué talento, en general, el de los buenos compositores cuando hacen hablar, o cantar, a muchos instrumentos a la vez, con una armonía comparable al movimiento de los astros, o con una furia comparable a la pavorosa tormenta.
Hasta otra.
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