• Páginas

  • Archivos

  • mayo 2023
    L M X J V S D
    1234567
    891011121314
    15161718192021
    22232425262728
    293031  

Paco y yo

Mi amigo Paco es la persona a la que más admiro.
Aunque criados en el mismo pueblo, no hubo amistad entre nosotros en las primeras fases de la vida: le llevo unos quince años.

Paco, por un desgraciado percance sanitario, perdió mano y brazo izquierdos cuando aún era muy niño, no había llegado a los diez años, creo recordar.

Cómo aquella desgracia lo llevó a una reacción de superación que lo convirtió en un manitas es algo misterioso, casi milagroso. Muy pronto se montó su taller, en el que arreglaba motos y bicis. Ajenas y propias, porque también ha sido siempre ciclista y motero de todo tipo de máquinas. Las adaptaba y adapta él mismo para tener todos los mandos en la mano derecha.

Hace ya bastantes años, en los veranos, libre yo de clases y demás tareas académicas, salíamos con frecuencia con las bicis: él, su hermano y yo. Y no evitábamos las rutas duras y escabrosas, al contrario; y Paco era siempre el más hábil al sortear los obstáculos, el más fuerte a la hora de acometer una subida.

Desde hace muchos lustros, Paco es el motorista municipal, funcionario del Ayuntamiento. Pero desde muy jovencillo tuvo otros trabajos que a priori hubieran parecido inadecuados para su discapacidad; error total: pronto demostraba ser más diestro que cualquiera en la conducción, en las faenas agrícolas, en lo que se terciara.

Ver a Paco trabajar en su taller es asistir a un prodigio de habilidad, limpieza y precisión. Y todo con la sencillez y naturalidad de quien no está haciendo nada extraordinario, sino sólo lo que tiene que hacer, con tranquilidad y buen humor.

Pero bueno, el título que he elegido para la presente entrada requiere que ahora escriba algo más acerca de mí, para no aparecer aquí sólo como testigo de la valía de mi amigo.

Cuando yo tenía once años y el cura me reclutó, junto con otros niños, para monaguillo (acólitos nos llamaba él) empecé a destacar como buen estudiante. Y en los cinco cursos de seminario, además de seminarista devoto y convencido, fui un estudiante de máximas calificaciones.

Pero dejé el seminario, volví al humilde hogar de mis padres, a un ambiente familiar que se me había quedado pequeño, que me resultaba mezquino y asfixiante.

Mi capacidad intelectual se bloqueó, esa fue mi reacción psicológica en aquel ambiente familiar, esa fue mi autoamputación inconsciente, mi neurosis. Seguí siendo un estudiante, no abandoné; pero si yo había sido un río, un joven torrente que baja alegre de la montaña, ahora mis aguas habían encontrado una presa que les cerraba el paso. Empecé a discurrir con las míseras aguas que lograban evadirse por algunas grietas de aquella presa.

No obstante, con aquellas penosas energías intelectuales, con aquellas tristes escurriduras, terminé el bachillerato, hice el PREU, terminé la licenciatura en Filología Románica, todo ello permaneciendo bajo el mismo techo que mis padres, y me fui a la mili.

Siempre con una obsesión: cuando acabara mi etapa de soldado no volvería por nada al hogar familiar.

Aunque sí, al cabo de unos tres años volví, pero ya estaba curado, con una breve ayuda de psicoanálisis había roto la presa y mis aguas volvían a fluir.

Pero habían sido diez años de bloqueo cuando aún estaba en la edad del crecimiento biológico y fisiológico. Diez años con el órgano afectivo-intelectual amputado, autoamputado.

Después de mi curación, de mi toma de conciencia freudiana, de mi caída del caballo sauliana, cada día de mi vida he sentido que seguía creciendo.

He aquí otra diferencia respecto a mi amigo Paco: seguramente él no tiene esa sensación de que su brazo perdido le está creciendo. Pero yo, que sí la tengo, que sí la he tenido desde que tenía 27 años y ya voy a cumplir 72, ¿cuánto he crecido realmente desde entonces?

Tengo que concluir. Creo que mis limitaciones me han llevado a la autoexigencia, y la autoexigencia a la plenitud, a una plenitud siempre incompleta.

Ahora ya estoy en la etapa final. A ver si consigo vivirla con buen tino, lo que sin duda me será más fácil si sigo contando con la ayuda mecánica y afectuosa de mi amigo Paco.