• Páginas

  • Archivos

  • junio 2023
    L M X J V S D
     1234
    567891011
    12131415161718
    19202122232425
    2627282930  

Europeos

Hasta hace exactamente un año, el 24 de febrero, para mí, era el día de San Matías, santo del quien no sé nada; pero conocía desde siempre los versillos con que, en mi pueblo, pueblo de duros inviernos en la provincia de Granada, se celebraba su llegada:

En San Matías
igualan las noches con los días,
da el sol en las umbrías,
cantan las totovías
y marzo al quinto día.

El invierno dejaba de castigar con tanto ahínco por la intervención de este bendito santo.

El año pasado este día se convirtió en el malhadado día de la invasión de Ucrania por el ejército ruso, enviado allí por un déspota que mientras viva sólo merecerá la cárcel.

Confieso que de la Historia de Europa sé muy poco; pero uno, que ha tenido como principal afición en la vida la lectura (junto con el cine durante la juventud), leyó recientemente el magnífico libro Los Europeos, de Orlando Figes (historiador a lo grande, experto en Rusia); libro que va contando la historia del siglo XIX europeo a la vez que acompaña el vivir y desenvolverse de tres personalidades históricas de Europa: el francés Louis Viardot, la francesa de origen español Pauline Viardot-García y el ruso Iván Turguénev.

¿Por qué no estudian todos los alumnos europeos de secundaria, o media, una asignatura como esa, Historia de Europa?

Está claro que, cuando se desmoronó la Unión Soviética, las grandes democracias europeas, junto con Estados Unidos, debieron hacer más para que Rusia avanzara hacia un régimen democrático homologable con el de Francia o Alemania (unificada). Por el contrario, dejaron que se fuera empantanando en un régimen autoritario y corrupto, al mismo tiempo que, imprudentemente, se convertían en dependientes energéticos de Rusia.

Lo que se hizo mal ya está hecho. Ahora toca ayudar a Ucrania a ganar la guerra y convertirse en miembro de la Unión Europea. Pero Rusia también es un país europeo. Y lo será plenamente cuando expulse al tirano y se convierta en un país en el que las libertades individuales se respetan y los poderes nacionales salen de elecciones limpias. Ojalá muy pronto.

Elogio de la vid

Nota previa. Escribí estas líneas ayer; o sea, su borrador (quizá mejor su bolador, pues lo escribo con boli). Llegó la hora de ocuparme de otra faena (¡agrícola!) y tuve que dejar para hoy lo de pasarlo a esta pantalla. Lo digo para que no se asocie, por la fecha, a la lotería de Navidad, a la que hay tanta afición en España, sino que se asocie al día del solsticio de invierno, éste sí premio para todos.

Cuento y refrán. Uno de los primeros cuentecillos que llegaron a mis oídos infantiles, hace ya tantos años, fue el de que Cristo le preguntó a San Pedro, muy aficionado al vino, qué planta querría él que produjera dos cosechas cada año. A San Pedro, que ya andaba algo apipado, se le trabó la lengua y, por decir la parra, dijo la alcaparra. También, en el ambiente en que me crié (el ordenata me   avisa para que no ponga tilde a esta forma verbal, pero yo ni caso) sonaba con frecuencia el refrán “cada cosa a su tiempo y uvas en habiendo”. Un refrán que en esta familia a la que pertenezco ha permanecido vivo, hasta el punto de que, para mi esposa y para mí, las uvas son las en habiendo. Efectivamente, las uvas sientan bien a todas horas y en todas las estaciones del año.

Nombres. Ya han salido aquí dos para la misma planta: vid y parra. El segundo, el más extendido para el cultivo en altura, en parral, para la uva de mesa; y el primero más usado cuando su cultivo se lleva a cabo en la viña, y el destino del fruto, mayoritariamente, es la producción de vino. El nombre en latín, vitis, a mí siempre me ha parecido oportuno, acertadamente o no, relacionarlo con otros nombres latinos de mucha resonancia cultural, como vim, fuerza, vir, varón, virus, veneno, vita, vida. Añadamos otro nombre, el de la vid silvestre: la riparia. Sus frutos son pequeños y agraces, pero su vigor biológico hace que los campesinos la empleen como pie en el que injertar las variedades que les interesa cultivar. Riparia es un nombre muy latino (o mejor, un adjetivo, derivado de ripa), tan latino que nuestro Diccionario de la Lengua Española, el de las Academias, no lo incluye. Pero yo me pasé la infancia oyéndolo pronunciado por campesinos que no sabían latín o que, en muchos casos, nunca habían asistido a algo parecido a una sesión escolar. El adjetivo riparia, que está en la orilla, yo quiero pensar que le viene a la vid bravía de que se mantenía en la orilla de la viña cultivada, como protegiéndola, al mismo tiempo que a la espera para ser utilizada como pie en el que injertar.

Conclusión. No estoy acostumbrado a redactar escritos largos, de modo que tengo que poner ya salida a esta entrada. Mi conclusión es bastante predecible: no hay mejor fruto que las uvas, no hay mejor bebida para poner en una mesa que el vino (junto al agua clara). Pero, ya que estamos en una fecha tan próxima al día de San Silvestre, añadiré una segunda conclusión: no hay una forma más estúpida de comerse un gajo de uvas que la que solemos emplear en la noche del relevo de año.

Esperando al repartidor

Ya le he dedicado dos horas al periódico. Tiempo ya, por tanto, de salir a darse un garbeo por el campo. Hace tres horas, cuando me ocupaba del desayuno, la temperatura en la calle era de cuatro grados. Ahora calculo que será por lo menos de doce (esperamos una máxima de diecisiete) y el cielo que veo por la ventana es azul total. Pero no me puedo ir porque estoy solo en la casa (la gata no cuenta para ciertos menesteres) y esperamos la llegada del repartidor de Amazon.

Solución: me entretengo escribiendo unas líneas en este blog, que vegeta en régimen de semiabandono. Vale. Pero ¿de qué escribo?

¿Escribo de lo bonito y cómodo que es leer un buen libro, un buen periódico? En ellos el discurso es lineal (el del periódico también, y más si lo lees en el móvil), como el fluir de un río o arroyo.

Sencillo de seguir si lo comparamos con la dificilísima conversación familiar o amical, en la que siempre toman simultáneamente la palabra dos o más participantes: ¿a cuál prestar atención?

Es un impulso conversador excesivo el que hace hablar a un interlocutor cuando ya hay otro emitiendo.
El caso opuesto lo podría encontrar hoy (no podré) paseando por un paraje despoblado y cruzándome con un paisano que ni me mira ni me saluda, como si yo fuera un “guijarro humilde” del camino, o todo lo más un arbusto de la orilla. Por favor, hermano, di buenos días, que soy como tú, un Homo loquens.

Podría hablar de la compañía que me proporciona la radio (Radio Clásica) en los descansos de la lectura, mientras paseo por la habitación, estiro las piernas, hago sentadillas o flexiones, miro al cielo por la ventana. Sé que ahora está sonando Longitud de onda, pero no enciendo el aparato: si lo pongo bajito, no lo oigo bien; si lo pongo alto podría ser que no me dejara oír el timbre de la puerta cuando llegue el repartidor.

Por cierto, ayer, en algún momento de la tarde-noche, sonó en RC el Concierto para la mano izquierda, de Ravel. Probablemente no lo había oído nunca, porque, incluso oyéndolo a medias, como oigo siempre o casi siempre la radio, mientras hago otra cosa, me resultó impresionante. Impactante el diálogo entre el piano manco y la orquesta. Lo que no es para menos, teniendo en cuenta el origen de esta pieza musical.

Y qué talento, en general, el de los buenos compositores cuando hacen hablar, o cantar, a muchos instrumentos a la vez, con una armonía comparable al movimiento de los astros, o con una furia comparable a la pavorosa tormenta.

Hasta otra.