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Página por la que voy leyendo

La tensión entre sentimiento nacional y cosmopolitismo moldearon no solo la identidad de europeos como Turguénev, sino también la política europea. Si bien el siglo XIX puede entenderse como el del surgimiento de los movimientos nacionalistas en Europa, al mismo tiempo se produjo una fuerte contracorriente internacionalista, arraigada en el ideal ilustrado kantiano de una comunidad política mundial, que dio lugar a una optimista esperanza de unificación europea. El sueño de unos Estados Unidos de Europa fue articulado por Napoleón, quien estuvo a punto de realizarlo con la Confederación del Rin, formada en 1806 por dieciséis estados alemanes bajo la protección del Imperio francés, y a la que más tarde se unieron otros estados clientelares europeos. Según uno de sus admiradores, el historiador Emmanuel de Las Cases, que, tras la derrota, lo siguió al exilio en la isla de Santa Elena y tomó nota de sus reflexiones, el objetivo del antiguo emperador había sido el de fundar un sistema legal europeo y una moneda europea. «Europa no sería ni más ni menos que un único pueblo, y todo el mundo, donde quiera que fuera [dentro de Europa], se encontraría en una patria común.»

Figes, Orlando. Los europeos (Spanish Edition) (pp. 301-302). Penguin Random House Grupo Editorial España. Edición de Kindle.

SPQR

 

Un libro de historia y me evado del presente.

En el que estoy leyendo ahora, título en el título, de Mary Beard, voy por el año 133 antes de Cristo, año en que fueron masacrados Tiberio Sempronio Graco y sus partidarios:

El primero [en una secuencia de momentos críticos que marcaron las etapas de una progresiva degeneración del proceso político y en una sucesión de atrocidades que durante siglos poblaron la imaginación de los romanos] se produjo en el 133 a. C., cuando Tiberio Sempronio Graco, un tribuno de la plebe con planes radicales de distribuir tierras a los romanos pobres, decidió prolongar su mandato un segundo año. Para poner freno a esto, un grupo extraoficial de senadores y sus dependientes interrumpieron las elecciones, apalearon a Graco y a centenares de partidarios suyos hasta la muerte y lanzaron sus cuerpos al Tíber.

Y ya la violencia política y las guerras civiles no acabarán sino pasado un siglo, con el triunfo del que será el primer emperador, Octavio César.

El arranque de un libro

Introducción

Imaginemos un mundo sin instituciones. Es un mundo en el que las fronteras entre países parecen haberse disuelto, dejando un único paisaje infinito por donde la gente viaja buscando comunidades que ya no existen. No hay gobiernos, ni a nivel nacional ni tan siquiera local. No hay escuelas ni universidades, ni bibliotecas ni archivos, ni acceso a ningún tipo de información. No hay cines ni teatros, ni desde luego televisión. La radio funciona de vez en cuando, pero la señal es remota, y casi siempre en una lengua extranjera. Nadie ha visto un periódico durante semanas. No hay trenes ni vehículos a motor, teléfonos ni telegramas, oficina de correos, comunicación de ningún tipo excepto la que se transmite a través del boca a boca.

No hay bancos, pero no constituye una gran adversidad porque el dinero ya no tiene ningún valor. No hay tiendas, porque nadie tiene nada que vender. Aquí nada se produce: las grandes fábricas y negocios que solía haber han sido destruidos o desmantelados como lo ha sido la mayoría de los edificios. No hay herramientas, guardad lo que se pueda extraer de los escombros. No hay comida.

La ley y el orden prácticamente no existen, porque no hay fuerzas policiales ni judiciales. en algunas zonas ya no parece haber un claro sentido de lo que está bien y lo que está mal. La gente coge lo que quiere sin tener en cuenta a quién pertenece –de hecho, el sentido de la propiedad en sí ha desaparecido en gran medida. Los bienes sólo pertenecen a aquellos lo bastante robustos para aferrarse a ellos y a los que están dispuestos a defenderlos con su vida. Hombres armados deambulan por las calles, cogiendo lo que quieren y amenazando a cualquiera que se interponga en su camino. Mujeres de todas las clases y edades se prostituyen a cambio de comida y protección. No hay vergüenza. No hay moralidad. Sólo la supervivencia.

KEITH LOWE, Continente salvaje

Europa después de la Segunda Guerra Mundial

Traducción de Irene Cifuentes

Ed. Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores

Barcelona, 2012