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Libertad y exigencia

Ayer comenzó la Selectividad en Andalucía, las pruebas para los estudiantes que han terminado 2º de Bachillerato y quieren acceder a la Universidad. Y pienso: ya han pasado siete años desde que me jubilé y dejé para siempre de participar en tales lides. Cómo no voy a estar viejo y achacoso, si ya lo estaba entonces. Y me acuerdo de los compañeros más veteranos, que aún siguen dando el callo en el instituto; los cuales en lo que más piensan es en su ya cercana jubilación. ¿Qué ha pasado para que una profesión tan noble, bella y respetada se haya convertido en un trabajo tan achicharrante?

Desde que se implantó en España la LOGSE, y la ESO, hace ya treinta años, la enseñanza ha ido a peor de una manera evidente, sin que ello haya propiciado que los políticos, los en el Gobierno y los en la oposición, con la colaboración de todos los expertos en la materia, inicien, elaboren y concluyan un proyecto educativo consensuado y con futuro.

Y no va a ser la crisis de la pandemia, ni los cursos y clases por internet, lo que arregle tan magno desaguisado.

Quizá, me temo, ni España, ni la Europa del desarrollo, la democracia y la vida fácil, tienen otro futuro que no sea el de la decadencia.

Pero el mundo seguirá avanzando, no pedemos saber hacia dónde. La globalización es algo que ya parece imparable. Y lo mismo la degradación del medio ambiente, y el cambio climático. ¿Seguirá creciendo, a nivel mundial, la población humana? ¿Ocurrirá que la generalización de la libertad e igualdad de las mujeres frenará las ganas de meterse en maternidad, de parir hijos para el paro?

Pero bueno… Yo lo que quería era sintetizar mi arbitrio (acepción 4ª en el DLE) sobre la educación. Y digo lo siguiente:

Vuelta a la EGB (Educación General Básica) hasta los 14 años. Si esa educación primaria funcionaba, ¿por qué se cambió? Y nada de educación obligatoria a continuación. Hay que combinar libertad y exigencia. El adolescente elige entre seguir estudios reglados o buscarse un curro como aprendiz en una empresa.

Si quiere seguir siendo estudiante, cursará un Bachillerato en el que podrá elegir las asignaturas en función de sus gustos y habilidades, los consejos que recibe, las expectativas que tiene, y los créditos que tales asignaturas le aportan para una titulación. Y en su currículum no aparecerán otras materias que aquellas en las que él ha querido ser evaluado.

Al alumno se le exige siempre un comportamiento correcto, y las faltas de disciplina consideradas muy graves por el correspondiente comité conllevará la expulsión definitiva. Sin posibilidad de regreso al mismo centro.

Ello implica que el estudiante, a partir de los 15 años (comienzo de un bachillerato de cuatro años), es tratado como un adulto, entra y sale del centro, y del aula, con toda libertad, siempre que lo haga discretamente y sin molestar a nadie. He ahí una regla de oro: no molestar ni entorpecer el trabajo, ni el ocio, de nadie.

Si queremos una sociedad de adultos responsables (que parece que no la queremos, que preferimos la eterna infantilidad y un papaíto Estado), ya a los adolescentes hay que tratarlos como personas básicamente instruidas y responsables. Y concluyo repitiendo el título: libertad (que conlleva responsabilidad) y exigencia.

Décimas y décimos

«Las décimas son buenas para quejas», nos dice Lope en su Arte nuevo de hacer comedias. Y la idea la lleva a la práctica en las suyas. Así, en El caballero de Olmedo:

 

Para sufrir el desdén

que me trata desta suerte

pido al amor y a la muerte

que algún remedio me den…

 

Una décima puede cuadrar un cuento tradicional. Y así lo hace el personaje Rosaura al comienzo de La vida es sueño, de Calderón:

 

Cuentan de un sabio, que un día

tan pobre y mísero estaba,

que sólo se sustentaba

de unas yerbas que cogía…

 

O la fábula de un fabulista de la Ilustración, como Samaniego:

 

Cierto artífice pintó

una lucha en que, valiente,

un hombre tan solamente

a un horrible león venció…

 

Gerardo Diego nos dejó un Viacrucis en décimas que es sin duda una de las más altas cumbres de la poesía religiosa en español:

 

Dame la mano, María,

la de las tocas moradas.

Clávame tus siete espadas

en esta carne baldía…

 

Y un poeta de nuestro tiempo, Miguel d’Ors, escribe un ligero, delicioso y primaveral poemilla a las aves. Y lo titula «Avecedario»:

 

La golondrina, aguzada

como una flecha de Amor;

el mirlo madrugador,

gayarre de la enramada…

 

«¡Pero bueno!», podría decir algún lector de estas líneas, un lector de exquisita conciencia social. «Con la cantidad de problemas y necesidades que hay en el mundo, y este hombre se pone a escribir de versos.»

De acuerdo, hablemos de un problema: el de la educación. El sistema educativo español es pésimo desde que se implantó la LOGSE, hace, más o menos, un cuarto de siglo. ¿Por qué es pésimo? ¿Porque los profesores se dedican a que los muchachos aprendan poesías en lugar de cosas importantes? No. Porque ni muchachos ni muchachas aprenden casi nada —a pesar de contar con tantos medios humanos y materiales—, casi nada de lo importante, en el lote de lo cual también se encuentra la poesía.

Aprender breves textos, fragmentos de los clásicos, de memoria —y el verso ayuda mucho a la memoria— es altamente formativo, aunque no me voy a poner ahora a explicar tal afirmación.

Pues bien. Si hiciéramos una encuesta para saber qué porcentaje de jóvenes bachilleres tienen memorizada una décima, o cualquier otro poema de extensión más o menos equivalente… Porcentaje ínfimo, sin duda.

Pero la cosa no queda ahí. Seguramente que nos sorprenderíamos al ver el porcentaje si aplicáramos la misma encuesta a profesores de Lengua y Literatura que aún no hayan cumplido los cuarenta.

 

El padrino

O la madrina, por supuesto.

Creo que hoy la mayoría de nosotros asocia tal apelativo a la figura de Marlon Brando en la trilogía, de ese título, de Coppola. O sea, a un padrino de la mafia. Figura que, seguramente, es una degeneración de la del antiguo patronus romano.

En nuestra sociedad, el padrino y la madrina, con pocas excepciones, son personajes de un día en celebraciones como bodas y bautizos. Nuestro sentido de la igualdad nos impide pensar de otra manera. Salvo que estemos contaminados del sentido mafioso de esa figura social y, ateniéndonos al refrán de que quien no tiene padrinos no se bautiza, busquemos el arrimo de alguien influyente, a cambio de «lo que haga falta».

Sin embargo, teniendo en cuenta que la igualdad social es solo un valor, no una realidad, la figura del padrino, de un honesto padrino o de una honesta madrina, podría ser muy útil.

¿Lo está siendo a través de esas campañas que, en las últimas décadas, a través de alguna ONG, nos han animado a apadrinar un niño del tercer mundo? No lo sé; aunque me parece que no se ha logrado mucho por esa vía.

En nuestro sistema educativo -es en las etapas de formación de una persona donde cabría la influencia beneficiosa de un padrino-, concretamente en la secundaria, que es la que me ha tocado vivir muchos años, existe la figura del tutor. Pero este tutor lo es de un grupo de alumnos, formado para un curso solamente; transcurrido el cual el grupo se deshace y a ese profesor se le asigna otra tutoría.

No digo que este tipo de tutor de grupo no desempeñe una labor beneficiosa, al contrario. Pero creo que en los institutos debería existir también la figura del tutor individual. De modo que a un alumno, al llegar por primera vez al instituto en el que va a pasar a seis años muy importantes de su vida, se le asignaría un tutor que -salvo las excepciones pertinentes- lo sería durante esos seis años. Con lo cual la relación de conocimiento personal y familiar, de afecto humano y dedicación profesional, de orientación y apoyo en las encrucijadas y dificultades, podría ser mucho más intensa y efectiva.

No digo, insisto, que habría que eliminar la función tutorial para grupo y curso; pero la otra, la tutoría individual, tendría unos efectos positivos distintos, y de mucho más arraigo en la vida de los muchachos. Sería una noble institución académica y sería, además, la mejor forma de recuperar la relevancia social de la figura del padrino.  Y de la madrina, por supuesto.