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Profesión de fe y profusión de flores

Profusión de flores

Aunque ateo, soy cristiano.

Soy cristiano, pero ateo.

Amo a Cristo, pero creo

en un Cristo que es hermano

del creyente, del pagano,

del judío y del moro.

Cristo es un ágora, un foro

donde el moro, el judío,

el cristiano, cualquier tío

puede exponer su tesoro.

 

Nuestro secano

Nuestro secano

 

No era nuestro. Era de Manuel Reyes. Mi familia lo labraba a renta. Una hectárea o poco más de terreno sin riego en los pliegues más bajos de la falda de Sierra Nevada. Mi padre se deslomaba en él para sacarle fruto. Cuánto cuentan en la casa del pobre unos cuantos sacos de cebada, de legumbres, de trigo. Y cuánto cuestan. Dedicación continua, desde que caen las primeras lluvias del otoño hasta que se cosecha en verano.

Mi padre, con alguna ayuda de mis hermanos mayores y con la colaboración de la yunta -media siempre del aparcero-, tenía ese secano limpio, abonado y parcelado. La aportación del cielo, azarosa: llovía cuando Dios quería. Pero la paciencia y la esperanza nunca se dejaban abatir.

No tengo noticia -y si la tengo, prefiero no tenerla- acerca de la identidad del actual propietario. Hace no pocos años lo plantó de almendros. Y los abandonó a su suerte para que fueran languideciendo acosados por la maleza. Supongo que los plantó para cobrar alguna subvención. Después, mientras los almendros iban muriendo en el abandono, sí que se preocupó de poner bien patente la linde de la finca, no le bastó la estrecha vereda por la que transitaban el hombre y el mulo. No echó mano del tractor para laborear sus almendros, pero sí la echó para transportar y colocar esa hilera de grandes piedras que pregona: «¡Atención: aquí empieza lo mío!». Sí, lo tuyo: una tierra que parece maldita como la de los hijos de Alvar González. Hasta la torre de la línea de alta tensión ahí levantada parece haber contraído la maldición: comida de óxido, da la impresión de estar a punto de derrumbarse para acabar de achicharrar la tierra.

Muchos de los primeros recuerdos de mi vida está ligados a ese trozo de secano. Han pasado tantos años desde aquellas experiencias y avatares, que ya no sé si en mí son recuerdos o recuerdos de recuerdos. De lo que sí estoy seguro es de que el cuadro era muy diferente del que aparece en esta foto.

En la primera edad de la tierra, la de oro, la tierra daba los frutos sin ser forzada por el arado (nec ullis / saucia vomeribus per se dabat omnia tellus). En la segunda edad, la de hierro, el hombre necesitaba herir la tierra, con el arado o la azada, para enterrar dentro de ella su sudor y su dolor. En la tercera edad, la de la maldición, la tierra se convirtió en un yermo secarral, y los hijos de la tierra comenzaron a expiar sus egoísmos y torpezas.

Poesía bucólica

Poesía bucólica

 

Así de tranquilas estaban, junto al arranque del cortafuegos. Que esta vez me tentó, y yo me dejé caer en la tentación. No caer: ascender; porque el cortafuegos arranca hacia arriba y, cuando se corona la primera cima, se puede ver que crestea en una sucesión de ascensos y descensos imponentes. Y, como no está acabado, vuelta por la misma vía, a ratos desmontado, arrastrando o sujetando la bici.

Y ahí seguía el rebaño, todas las buenas vacas en la misma postura, como si fueran de cera. Pero ¿cuánto les dura a estas vacas la siesta del borrego?

Me recordaron a las ovejas de Salicio y Nemoroso, o sea, las de la Primera Égloga de Garcilaso: «cuyas ovejas al cantar sabroso / estaban muy atentas, los amores, / de pacer olvidadas, escuchando·» Entonces me dije que si a aquellas ovejas les podía atraer la atención más el canto de los pastores que la hierba, lo mismo a estas vacas les interesaba más una lección de poesía bucólica que seguir dormitando. Así que me puse a explicarles la antecitada Primera Égloga, empezando con una introducción sobre el autor. Y, cuando ya tocaba hablarles de la estructura -yo me había encaramado en una roca que cumplía muy bien la función de tarima- acepté por fin que no había logrado mi propósito, que me estaban oyendo como si oyeran llover, o como meros alumnos de instituto, a los que oír unas gotas de lluvia en las ventanas de la clase les resulta mucho más interesante que cualquier tema del maestro.

Solo la ternera que aparece en el centro de la imagen, hacia la derecha, no se perdió una frase ni un detalle de mi exposición, en cuanto se percató que la cosa iba de amores. Se veía claro que anda enamorada. Por lo que, ignorando a las demás, me dirigí a ella en exclusiva, y le di algunos consejos para que tuviera éxito con su novio o novillo:

-Selecciona bien la hierba que te metes en el cuerpo, para que andes lozana y vigorosa. Procura hablar poco y observar con atención todo lo que se mueve en torno a ti, la atención con la que ahora me estás escuchando, y no seas demasiado efusiva de tus inquietudes, sino que las controlas tras la gracia de tu sonrisa. Y seguro que triunfas.

Y, una vez acabada la lección, reemprendí la bajada con la biciburra.