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Eustaquio y la tríada mediterránea

De joven, incluso de niño, era duro como un clavo del nueve. Duro para el estudio cuando llegaba la época de exámenes: café espeso como sopa y noche entera ante los libros. Y duro para la juerga: mientras el cuerpo aguante.

Lo recuerdo con los dos brazos escayolados a consecuencia de un aterrizaje en posición invertida -de cabeza- desde la fronda de un árbol. Lo recuerdo yendo a la granja de pollos en la que trabajó por un tiempo. Y nos recuerdo en tantas noches de bares y discotecas, con un éxito discreto en nuestros ligoteos.

En las últimas décadas siempre nos he visto como la cigarra y la hormiga: siempre me lo encontraba entregado a sus tareas agrícolas -las vides, los olivos, los almendros de su secano, de tan buenas vistas…- mientras yo me paseaba yermo y ocioso entre la fertilidad de los cultivos.

Y así nos veo hoy: él retira del camino los sarmientos que han caído de la poda, mientras yo camino por medio del invierno con la misma inutilidad con la que cantan en el verano las chicharras.

-Felicidades por… -le digo.

-Felicidades por todo -se me adelanta.

Hace más de un año que no nos hemos encontrado. Año en el que han ocurrido cosas importantes en su vida: se ha jubilado en su profesión de maestro de primaria, que comenzó muy joven; y ha estado de boda en Nueva York: allí su hijo mayor, científico en ejercicio, se ha casado hace poco.

Ahora me enseña esta finca suya de la vega. En ella todo es pulcritud y cuido: una finca mimada. Luego me invita a subir en su coche y a acompañarle a su bodega -más mimo y pulcritud-, donde me hace donación de unas cuantas botellas de excelente tinto de su cosecha, para que las comparta con mis hermanos los Tinajillas, porque sabe que sabrán -sabremos- apreciar este presente.

Gracias por todo, amigo Eustaquio.

3 respuestas

  1. Te echaba de menos por tu silencio durante las largas vacaciones navideñas.
    Bien vuelto.

  2. Bonita anécdota, y no menos grata de leer. Gracias por compartirla. ¡Un saludo!

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