El primero que se despierta, mucho antes de que amanezca, es el mirlo (él sabrá dónde duerme), que enseguida, con el buche vacío, se pone a cantar los misterios del universo.
Mi mujer duerme aún. Navega por los espacios en los que reina Morfeo.
Yo, que soy materialista y ateo, paso del dormitorio al cuarto de baño y de éste a la cocina sin encomendarme a ningún santo o divinidad.
Mientras desayuno «píparamente», en la radio Yo-Yo Ma hace sonar con su violonchelo una suite de Juan Sebastián. Y ahora me da por pensar en los espacios siderales; en esos planetas, tan parecidos a éste, que acaban de ser avistados ahí mismo, a treinta o cuarenta años luz.
¿Sigue la luz recorriendo trescientos mil kilómetros por segundo, como cuando yo era estudiante? Sea la cifra que sea la que nos da Wikipedia, seguro que va mucho más rápida que esos misiles rusos que apenas superan los seis mil kilómetros por hora.
Es posible, nos dice Y. N. Harari, que, dentro de un siglo o dos, la especie que surja a partir del Homo sapiens, el Homo Deus, pueda navegar por esos mundos con una inteligencia no orgánica, no necesitada de alimentarse con cocidos y pizzas, ni de estimularse siquiera con cafeína. Navegar, sin marearse, a miles de kilómetros por minuto, o por segundo.
Homo Deus.
Desde que el Homo sapiens apareció en la tierra, hace doscientos mil años, ha admirado a los dioses, ha intentado parecerse a los dioses. Y, desde hace tres siglos, más o menos, no ha dejado de escuchar atentamente la música de Bach, porque es música de los dioses; o de Dios.
Filed under: A punta de pluma |
Deja una respuesta