Cuando iba a empezar este curso, jubilé mi cartera de maestrillo. Escribí aquí sobre ello. Y me compré otra, que me jubilará a mí, mientras ella se quedará tan fresca, lozana y servicial.
Estrené cartera, en todo similar a la jubilada. Menos en un detalle: tenía un cierre con clave, y una clave con números tan minúsculos que requerían toda mi atención para no confundirlos.
Huelga decir que yo no necesitaba tanta seguridad para proteger los contenidos de mi cartera, pero era la que encontré en el mercado. Seguridad incómoda: sin darme cuenta hacía girar un poco la ruedecita, y ya no se abría. Finalmente, a las pocas semanas del comienzo del curso, a media mañana de un viernes, se bloqueó del todo. Y ahora, ¿qué hago? Y, casi al unísono, Amparo y Palma me respondieron: “Ve al Gallego”. Me fui para el Gallego. Y por el camino me encontré a mi amigo y antiguo vecino Dionisio, profesor en otro instituto de aquí. Le conté lo que me había pasado y me replicó: “Ve al Gallego”. Dionisio siguió su camino y yo continué por el mío.
Llegué al Gallego. Volví a contar mi caso. Me abrieron la cartera y me dieron una bolsa para que guardara mis arreos de instituto. Me comunicaron el importe de la reparación: un módico precio. Me llamarían en cuanto la tuvieran lista.
Llamada que, efectivamente, me hicieron en los primeros días de la siguiente semana. Me pareció excelente el trabajo, moderado el precio, exquisito el trato, gratísimo el ambiente de esta tienda taller, llena de objetos, artilugios, materiales, herramientas. Ambientada como una obra de arte viviente. Atienden al público y trabajan ante el mismo dos jóvenes varones y una señora quizá algo menos joven. Me ganaron con su eficiencia y d¡screción.
Después de aquel día en que recogí mi cartera con su cierre perfecto, he vuelto por allí un par de veces, hoy la segunda: pequeñas compras de objetos del ramo. Y sigo con la misma impresión admirativa acerca de su eficiencia.
Creo que se trata de una familia de origen realmente gallego. En la bolsa, debajo del nombre, Zapatería El Gallego, reza una fecha: “desde 1962”.
Si han dado siempre el mismo buen servicio, no me extraña que se hayan mantenido en pie durante medio siglo. Tampoco me extraña que no se hayan hecho ricos.
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