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Con Hombres buenos

Yo disponía en mi biblioteca de una bien provista sección sobre el siglo XVIII, que incluía libros contemporáneos, memorias, biografías y tratados modernos. Uno de esos libros en especial, recomendado por don Gregorio Salvador, La España posible en tiempo de Carlos III del filósofo Julián Marías, me había sido utilísimo para perfilar la forma de mirar el mundo de los protagonistas del viaje a París. Tenía los cuadernos de notas llenos de apuntes, y bien establecido el punto de vista de los personajes; pero necesitaba un respaldo final: la confirmación de que mi enfoque histórico del asunto era correcto. Así que telefoneé a Carmen Iglesias y la invité a comer.

—Resúmeme a Carlos III y su fracaso —le pedí.

—¿A qué nivel?

—Como si fuera uno de tus más torpes alumnos.

Se echó a reír.

—¿Me prefieres pesimista u optimista?

—Más bien crítica con lo que hubo.

—Pues hubo muchas cosas buenas, como sabes.

—Ya, pero hoy me interesan las malas.

Me miró con cara de lista.

—¿Novela nueva?

—Puede.

Siguió riendo un rato. Carmen y yo éramos amigos desde hacía doce años. Era menuda, elegante y endiabladamente lúcida. Condesa de algo. En su juventud había sido preceptora del príncipe de Asturias. También era autora de media docena de libros importantes sobre ideas políticas, y la primera mujer que ocupaba el cargo de director de la Real Academia de la Historia. Ante ese venerable edificio, casi esquina de la calle Huertas con la del León, la esperé una mañana tras conversar por teléfono. Hacía un bonito día, casi cálido. La idea era dar un corto paseo por el barrio antes de irnos a la taberna Viña Pe, en la plaza de Santa Ana.

Caminábamos en dirección a la calle del Prado, cerca del lugar donde había vivido el bibliotecario don Hermógenes Molina. Aquél, llamado de las Letras, era un barrio peculiar: el convento donde fue enterrado Cervantes quedaba a nuestra derecha, y a pocos pasos estaba el lugar de la casa que ocuparon Góngora y Quevedo. Algo más allá había vivido y muerto el autor del Quijote.

Arturo Pérez-Reverte, Hombres buenos (págs. 110-111)

Después de esta larga copiada, lo primero que tengo que decir es que me lo he pasado muy bien con la lectura de esta novela. Histórica, como casi todas las del autor. Y me ha tenido embebido, mientras me ha durado, por diversos motivos: el tema, la época, los personajes y lugares, la personalidad del autor, siempre presente. En conclusión: lectura sencilla, amena, con gancho.

Tengo la impresión de que Pérez-Reverte, en el panorama cultural español, es un personaje tan notorio que tiene lectores y detractores. Éstos últimos no lo leen pero sí hacen chistes —muy malos— contra él. Allá ellos.

En esta novela el autor ha practicado una técnica insólita y valiente: la de ir rompiendo periódicamente la ilusión de la ficción con páginas de «autorreportaje» en las que va desvelando cómo ha ido realizando las labores de documentación e invención acerca de su relato. A mí esto me ha parecido un gran acierto.

Para lectores poco avisados, yo advertiría que esos episodios de reportaje también son parte de la novela, de la ficción narrativa. Y el mismo autor nos lo hace ver con algún detalle palmario como el cambio de título de algunas de sus novelas anteriores. Así que, si esas páginas son también novela, no debemos buscar en ellas más verdad que la literaria o artística.

No obstante, yo, ahora, voy a intentar exponer mi duda sobre un pequeño detalle de coherencia cronológica en el uso de los tiempos verbales, para lo cual he marcado con color rojo algunas frases.

Cuando el escritor efectúa la redacción definitiva del texto que nos presenta, ¿Carmen Iglesias y él ya no son amigos?, ¿la ilustre historiadora no sigue siendo menuda y elegante?, ¿no sigue siendo la autora de media docena de libros importantes?, ¿no sigue siendo directora de la Real Academia de la Historia?, ¿el madrileño barrio de las Letras ha dejado, en tan breve tiempo, de ser un barrio peculiar?

Por supuesto que imagino un argumento de peso con el que podría replicarme el autor para intentar convencerme de que esos tiempos verbales están bien empleados. Sin embargo pienso que no llegaría a persuadirme del todo, que seguiría yo pensando que eso es meter todo el contenido de la novela en el saco de un tiempo lejano; y no me cuadra.

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