Ayer iba yo en el coche, por la carretera comarcal, a hacer una compra. Y, en un punto de mi recorrido, vi a una mujer que caminaba, como es preceptivo, por su lado izquierdo, que también era el mío porque íbamos en la misma dirección. Estaba mediada la mañana, plena luz, pero mi visión fue tan fugaz como la del rayo de luna becqueriano. Así que pudo tener su punto de alucinación. El caso es que vi, o creí ver, que aquella señora tenía el cabello más hermoso que yo había visto en mi vida.
Hecha mi compra y de nuevo en casa, me ocupé de la siguiente tarea que me tocaba: pelarme. Hace por lo menos treinta años que no piso una peluquería; así que lo que me tocaba era meterme en el cuarto de baño con mi cortapelos eléctrica y darle un repaso, primero, a la corona de pelo de rata que rodea mi calva frailuna; después, al pelo, casi todo blanco, de la indómita barba.
Mientras me pelaba, pensé en la diferencia entre pelo y cabello. Cabello era el de la señora de mi visión, pelo era el que andaba segando mi cortapelos.
Sin embargo, etimológicamente la cosa, creo, no va por ahí. Capillus, la palabra latina que dio lugar a cabello, procede de la unión (aventuro yo, que soy un lingüista de medio pelo) de caput y pellis, cabeza y piel; o de caput y pilus (pellis y pilus, mismo lexema). O sea, que cabello es el pelo de la cabeza, mientras que pelo es el que sale en cualquier parte del cuerpo que no es la cabeza. Es el vello.
¿Es ya tan antiestético el vello en los hombres como en las mujeres? Ni entro ni salgo en ese tema. Lo que me consta es que en la sección Viejos de la topografía humana, el vello, como el cabello, se cae en unas partes y sale en otras, en las que todavía resulta más desfavorable.
Cubramos el cuerpo, en este escrito quiero decir, para dejar al descubierto solamente la cabeza.
¿Cuántas atenciones le debemos a nuestro cabello? Recordemos aquellas sevillanas de la película de Saura: “Absalón presumía / de sus cabellos”. Y ello le costó la vida. Sin embargo, seguro que a más de un aqueo de aquellos de Homero lo salvó de la muerte un compañero agarrándolo fuertemente de su larga melena para que no se lo tragara el mar.
O sea, lo de cabello corto o largo, es opinable. Lo de cabello cuidado o descuidado, no. Todos tenemos que cuidar (mientras quede alguno) nuestro cabello. Pero cuidarse el cabello no implica tener que ir a una peluquería. A lo mejor la mujer de mi visión se había limitado a lavárselo y peinárselo ella misma. Lo cierto es que a mí me hizo recordar el soneto de Góngora: “Mientras por competir con tu cabello / oro bruñido al sol relumbra en vano”…
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