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La soledad

A Clara

Es, ni más ni menos, como el destierro. Uno, de pronto, se siente despojado de todo lo que le es propio, y rodeado de un mundo que le resulta ajeno.

Sufrimos el primer trauma de soledad ya con el nacimiento. Pero nada más nacer, pasado el llanto inicial, el bebé comienza a buscar otro mundo que le sea propio y propicio. Y no tarda en encontrarlo: ahí está su madre, su calor, su tacto, su pecho.

Para expresar el desgarro del destierro vivido por un adulto, no recuerdo ningún otro verso que lo cante tan bien como aquel del Cantar de Mio Cid, cuando tiene lugar la despedida en San Pedro de Cardeña: «Y así parten unos de otros, como la uña de la carne».

Pero el dolor tan intenso nunca es para siempre, la vida es evolución continua. Nada más producirse la herida, comienza el proceso para restañarla, para restaurar la salud. Es verdad que ese proceso varía algo de un individuo a otro, quizá no todos somos tan fuertes como el Cid, pero todos vivimos el proceso de la curación porque la vida continúa.

En ese mundo ajeno en que nos vemos de pronto inmersos, rápidamente comienzan a levantarse puentes, porque ni el paisaje ni los paisanos son tan distintos de los de nuestro pueblo.

Así que comienza toda una serie de acercamientos: de palabras, de acciones, de intercambios del cualquier tipo. Una serie que culmina con el enamoramiento y todas sus lógicas consecuencias, que llegan a hacernos sentir en la plenitud de nuestra rodadura por el mundo.

Cierto que a veces las heridas y los traumas no se curan del todo, y manifiestan periódicamente su existencia aunque sea de forma mitigada. Pero la vida no se para, «porque la vida ya te empuja», para decirlo con un verso del poema de José Agustín Goytisolo.

Y así, andando, andando, nos hacemos fuertes, más preparados para encajar los embates de los malos tiempos, y para ayudar a otros a encajarlos: a nuestros hijos, sin ir más lejos, o a otras personas de nuestro entorno. Un entorno que ahora, como adultos, vemos muy amplio: no sólo abarca los siete mil millones de personas del mundo actual, sino también todos los miles de millones que van a venir a continuación. A los que estuvieron aquí antes que nosotros no les podemos aportar nada, al contrario, percibimos que ellos nos aportan. Así Terencio, un liberto romano de origen africano que vivió hace veintidós siglos, me proporciona la frase que sintetiza ese modo de sentirse humano sin fronteras: nihil humani a me alienum (nada de lo humano me es ajeno).

¡Cómo sentirse solo en un mundo con tantos millones de seres humanos, de semejantes, de hermanos!

Imposible.

2 respuestas

  1. Permíteme Antonio González esta frese de Miguel de Unamuno .

    ´» Ahora empiezo a meditar lo que he pensado, y a verle el fondo y el alma, y por eso ahora amo más la soledad, pero aún poco. »

    Miguel de Unamuno

    Salud-os .

  2. Como dice la canción: «Naces solo, mueres solo, no te engañes: solo vas viviendo».

    La soledad es algo extraño. A veces se desea, a veces se intenta evitar, a veces es una consecuencia… Me resulta rara en algunas ocasiones.

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